Hanna Arendt es una de las mayores representantes de la filosofía política del siglo XX. Su penetrante mirada, profunda a la vez que honesta, indagó en temas como las revoluciones, la condición humana, las guerras, etc. Pese a que negaba ser filósofa, su formación junto a Martin Heidegger y su doctorado bajo la dirección de Jaspers le granjearon una habilidad tremenda para estudiar la historia con óptica filosófica.
Una de sus mayores obras fue el voluminoso “Los orígenes del totalitarismo”, monumental libro en el cual analiza las dictaduras nazi y soviética, escarbando hasta los aspectos espirituales menos visibles para el “simple” historiador. Es una obra de una erudición y unos conocimientos bastísimos. Consta de tres partes: antisemitismo, imperialismo y totalitarismo. Analiza cómo nació y creció el antisemitismo (y el imperialismo), hasta convertirse en el catalizador de la ideología nazi. Penetra hasta el fondo de la cuestión del totalitarismo, dando una visión de éste muy completa y singular, teniendo sólo cabida el nazismo y el comunismo estalinista; explicando qué características propias les diferencian de otras dictaduras que suelen considerarse totalitarias pero que en realidad no lo fueron (al menos según la visión arendtiana): el fascismo (entiéndase el fascismo italiano), el franquismo en España, el leninismo, etc. La concepción de Hanna Arendt del totalitarismo podría sintetizarse así:
El totalitarismo es una forma de gobierno que surge por primera vez en el siglo XX. No tiene precedentes, si bien algunas de sus características e influencias pueden encontrarse en el racismo, el antisemitismo, el imperialismo e incluso en el pensamiento de Karl Marx y en los idearios de los movimientos pangermanos y paneslavos. De todas formas, el totalitarismo fue algo nunca visto hasta entonces. Los movimientos totalitarios, antes de llegar al poder, se apoyan en las masas, valiéndose de las dificultades con que éstas se encuentran, tanto materiales (paro, bajo nivel de vida, ingresos escasos, hambruna...) como espirituales (sensación de que la realidad les es hostil, de desarraigo, dejadez, indiferencia política...). Mediante la propaganda crean paulatinamente un posible mundo ficticio ideal y perfecto que evade a las masas del mundo real en el cual se encuentran desarraigadas, así como enemigos contra los que las masas se sientan unidas. Durante su crecimiento, los movimientos totalitarios se organizan en organizaciones frontales y el partido, creando divisiones cada vez más elitistas. Este sistema de “capas de cebolla” les sirve para presentarse al mundo exterior y a las organizaciones frontales (que son los simpatizantes) de forma respetable y tranquilizadora. A su vez, crean réplicas de las instituciones estatales.
Una vez llegan al poder, los movimientos totalitarios deben dar credibilidad a su mundo ficticio, hacer creer a los ciudadanos (y al mundo exterior) que lo han instaurado. Para eso, establecen una dictadura de partido único con el poder acaparado totalmente por el líder. El líder y su partido están por encima del estado, mantienen sus réplicas institucionales y crean nuevas, hasta reducir el poder del estado al máximo, detentando todo el poder. Se educan a las élites para que tengan una fe ciega en el movimiento y su líder, así como a la población, la cual es sometida tanto por la propaganda ideológica como por el terror, especialmente mediante los campos de concentración y la policía secreta. El propósito es “fabricar” una nueva humanidad, ya sea por conceptos de raza o de clase (según los modelos de totalitarismo que han existido hasta ahora: el nazismo y el bolchevismo), eliminar todo vestigio de individualidad de manera que esta nueva humanidad sea como un solo individuo, que obedece sin pensar. Los enemigos objetivos deben ser eliminados y, una vez conseguido este objetivo, se crean nuevos enemigos que también deberán ser aniquilados. Esto es posible por los constantes cambios de leyes con efecto retrospectivo y por la inculcación a sus propias víctimas de la creencia de que realmente son culpables. Este control total debe extenderse a lo largo y ancho de todo el mundo. (síntesis extraída de mi trabajo universitario “El totalitarismo en torno a la obra de Hanna Arendt”).
Así, se excluyen del concepto de totalitarismo, como ya hemos dicho, la España de Franco (por ejemplo, la policía no podía entrar en las Iglesias aunque dentro estuviesen escondidos los enemigos del régimen) y la Italia de Mussolini (por ejemplo, el poder judicial era independiente y el partido estaba “subyugado” al Estado, y no por encima de éste), entre otros. Arendt escribió una breve pero intensa obra titulada “Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental”, situando el pensamiento marxista como el puente hacia el posterior movimiento totalitario. Esto no significa que Marx fuera totalitarista o que su sociedad sin clases fuera “estalinista”, sin embargo, y además de la crítica de Hanna Arendt, hay que señalar que el comunismo, en su pase de la primera a la segunda fase (es decir, de la dictadura del proletariado a la disolución del estado), supone una opresión y una voluntad de homogeneización de la población (lo cual fue criticado, entre otros, por Bakunin). Además, esto conlleva al finl de la historia, pues es el estado ideal, perfecto, sin dialéctica ni oposiciones. Curiosamente, fue precisamente un marxista, Kojève, el que sentenció una fase final de la historia como el hecho que transformaría toda actividad humana en supérflua e inútil. Volviendo a lo de antes, el comunismo debe homogeneizar la población tanto materialmente, para suprimir las desigualdades sociales; como espiritualmente (o ideológicamente), para evitar toda oposición, desacuerdo o disidencia que dificulten la disolución natural del estado. Esta finalidad, a mi modo de ver, es potencialmente totalitaria y, además, inalcanzable, siendo las últimas consecuencias la brutal dictadura de Stalin (no olvidemos que durante el leninismo había ciertas desigualdades entre obreros, campesinos y funcionarios burócratas, mientras que el estalinismo supuso una homogeneización bestial, aunque no total.). De todas formas, el estalinismo no hubiera sido posible sin el leninismo (entre otras cosas, éste creó los instrumentos opresivos que aquél explotó) y, aemás, es interesante tener en consideración una tesi de Stanley G Payne, según la cual el nazismo y el leninismo (régimen tomado como modelo por la mayoría de los comunistas) eran muy similares. Según Payne, el nazismo y el leninismo guardaban más similitudes entre sí que el nazismo y el fascismo.
En vista de estas consideraciones, no es erróneo considerar al comunismo como potencialmente totalitario. Fue esta consideración uno de los motivos del surgimiento del llamado eurocomunismo que, en el fondo, es la negación de las tesis básicas del marxismo, con lo cual es una espécie de negación esencial del comunismo, pero manteniéndolo nominalmente. De todas formas, ya hemos visto que el totalitarismo tiene, según la visión arendtiana, unas características muy peculiares que no todos los regímenes comunistas tuvieron. Sin embargo, todos se caracterizaron por sus brutales y sangrientos métodos. No es extraño, pues, que naciera el eurocomunismo, aunque es algo inquietante esta insistencia en mantener un nombre y unos símbolos manchados de tanta sangre. Tanto o más que la misma esvástica.
Visión de los vídeos
1)Hitler: su vida
2)Holocausto - Los Campos de Concentracion
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